Una vez más me encontraba dando las últimas pinceladas a mis cuadros intelectuales y justo en el momento en el que me disponía a plasmar mi firma, el torbellino de las llamas alucinógenas volvió a destrozar el lienzo que tanto me había costado pintar.

Luego de pasar la tormenta y quedar desechadas todas mis esperanzas de reconciliación conmigo mismo, una tensa calma se apoderó de aquel jardín del vacío. Fue entonces cuando aquella paloma se posó en la arena y cagó justo sobre una frase que había dejado escrito los últimos avatares de aquel cambio climatológico. Entre los restos de excremento y la fragilidad de toda escritura que se hace en la arena, sólo logré distinguir las palabras dominio y miedo. Esta pareja ya me había atormentado antes, pero de igual forma me entregué al delirio de su reflexión.

«Ejercemos dominio sobre los más débiles, ejercemos dominio sobre nuestros hijos, pretendemos ejercer dominio sobre nuestras hembras, pero sobre nosotros ejerce dominio el dueño del capital».

Donde quedaba metido el miedo en todo esto, no importa, el miedo siempre me había acompañado a lo largo de toda mi vida.

De pronto, las olas comenzaron a atacar frenéticamente mi calmada orilla. El alza en la temperatura y la formación de nubes sobre los estériles rayos del sol, pronosticaron la vuelta de la tormenta, y así comencé a quemarme con las dudas.

«Nuevamente empiezas a justificarte, buscas el dogma que niegue los dogmas, quieres explicar lo inexplicable, ansías la estética que le de forma y sentido a tu incomprensión, no niegues tu naturaleza, entrégate a la vida, ejerce tu dominio y deja ejercer dominio al creador».

Por suerte para mi rebeldía, justo en el momento en el que las llamas comenzaban a quemar mi carne y el viento huracanado me transportaba hacia la cola de gente llamada vida, me paré por unos instantes y le grité a un cerdo alado que pasaba junto a mí:

-¡Ayúdame rey de la nada!, no quiero meterme en una cola donde nunca conoceré el final.

El cerdo paró el tiempo y con un aire irónico me respondió:

-¿Y estas dispuesto a pagar las consecuencias que conlleva la contemplación de la nada?

-Aceptaré el sufrimiento y sufriré con la aceptación.- Le dije con un aire de esperanza, a lo que el cerdo comprendiendo mi decisión, apagó con su orina las llamas que me agobiaban.

Cerré los ojos ante el éxtasis que me producía la orina del salvador sobre mis quemaduras y al abrirlos, noté que me encontraba, como de costumbre, en la cola de la vida. Sin embargo, por primera vez la gente dejaba de empujarme hacia adelante lo que me permitió pararme a un lado de la cola, recordando que junto con mi alucinación se había desaparecido el cerdo.

No hice más que pensar en él, para que su voz, proveniente del cielo, tronara por todo el extenso territorio que ocupaba aquel manicomio.

-Como verás, a los lados de esa cola de gente no hay nada.

Miré a mi alrededor y de mis facciones brotó una sonrisa de satisfacción como la de los que aceptan una penosa realidad con dignidad. Subí la mirada al cielo y le respondí:

-De igual forma lo prefiero así, lo admito tengo miedo, pero si bien acepto el sufrimiento y sufro con la aceptación de que en el fondo me gustaría estar metido feliz y contento en la fila, también acepto que debo entregarme a mis sentimientos y seguir en busca de una estética que le dé forma y sentido a mi incomprensión. Ya no juzgo a la gente de la fila por conformarse con caminar hacia adelante, de vez en cuando los acompañaré desde mi lado en su peregrinaje. Ahora, ¿me juzgarán ellos por encontrarme a un lado de la fila?

Siguen las dudas…