Nadie caminaba con desparpajo por parajes conocidos por todos, y aunque terrenales, lo hacia como si estuviera en el cielo. Cambiaba de color los colores, cambiaba de sonido los sonidos, cambiaba de sabor los sabores, también cambiaba los olores e incluso las texturas, llegando al punto de cambiar la naturaleza de las cosas. Ya no podía comunicarse con ellos ni con cualquier otro que hablase, se había vuelto todo yo. Pero como toda caminata celestial por la tierra, un día su ritmo se volvió tempestuoso y fue allí donde una vez más le fue difícil mantener el equilibrio, entonces cayó.
Ansiedad fue su primer encuentro, una consecuencia del cambio de ritmo. Luego confusión, las cosas lucían como si reclamasen su verdadero significado. Después angustia, nadie estaba a su alrededor para hacerle recordar su centro. Finalmente dolor, una consecuencia fisiológica producto de la presión, una presión que seducía a su mente para convertirse en la causa única y omnipresente que lo hiciera olvidar el encuentro con tales sentimientos. Pero esta vez no opto por la evasión.
Fue entonces cuando pensó en el otro y decidió soltarse.
Recordó que no era el único que recorría esos caminos ni el único que los recorrerá, y sabiendo que siempre es posible visitar este mágico lugar, decidió pasearse por aquí con sus reflexiones.
Aunque sabía que los significados significan para el que observa y que en la naturaleza las cosas son solo cosas, olvidó ese puente ilusorio que se crea cuando una cosa parece semejar lo mismo para dos observadores. Fue entonces cuando no fue posible comunicarse. De tanto cambiar la naturaleza de las cosas, o más bien de interpretarla, se convirtió en el director de una orquesta sin público, tocando una música que aunque algunos entendían no lograba conexión alguna. Esto fue lo que le produjo el cambio de ritmo que lo llevo del cielo al suelo. El darse cuenta de que estaba solo en ese inmenso auditorio donde cabían muchos. ¿Para qué entonces dar un concierto? ¿Para qué tocar música antigua que la mayoría no entiende y a los pocos que lo hacen no los emociona? La respuesta luce obvia, pero para no significar de más, dejaré que sea Nadie el que interprete…
Yo soy el que fui y el que seguirá siendo. Subo, bajo, me muevo a la izquierda y a la derecha. Y cuando regreso al centro dejo de ser yo. Como en todo vuelo se acabó mi impulso y al tocar tierra me encontré en un terreno irregular. Esto me trajo angustia, pero luego recordé que fui yo el que creo este viaje y ahora busco un terreno estable para volver a despegar. ¿Será posible que tu miedo me proporcione uno? Quizás no hoy ni mañana, tal vez un día en el que te pese demasiado y quieras descansar. Y si te preguntas porqué hago este viaje sabiendo que producirá una música que me elevará para luego traerme bruscamente al suelo cuando deje de ser escuchada por los demás, te diré que esa es mi naturaleza, al menos lo que interpreto de ella, de la tuya y de la de los demás.